Cómo trascender el uso de bollos suizos como medio de supervivencia emocional. Y noche pero luna.

Hace unos días, Miriam me dijo: En aquel momento de mi vida, estaba sobreviviendo. No viviendo. Sobreviví por los bollos suizos. Gracias a ellos pude soportar el dolor.
Y hay que honrar eso.
Porque reconocer es de valiente.
Porque sobrevivir, también, es ser ingeniera de tu vida.
Y es que,
Realmente habrá momentos en los que nos encontremos inmersos en situaciones incuestionablemente duras. O que para otros no sean duras y para nosotros sí. Y simplemente podremos sobrevivir. Como sea. Miriam lo hizo con bollos suizos. Pudo haber sido otra cosa. Pero fue esa.
Porque quería sentirse en lugar seguro. Y desde bebés inconscientemente asociamos sabores, texturas y acto de comer con seguridad. Mamamos leche dulce y grasosita en unos brazos seguros y calentitos. Y el inconsciente nunca lo olvida.
Porque el dolor emocional parece insoportable.
Porque el dolor emocional aturde por momentos y ningún argumento lógico vale.
Pero esa hipnosis pasa.
Y el dolor sigue ahí.
Es entonces cuando puedes atenderte.
Y tienes que atenderte.
Nadie ni nada lo hará mejor que tú.
Porque tu dolor es tuyo.
Y solo tuyo.
Lo primero,
es abrir la posibilidad de comer bollos suizos como medio de supervivencia emocional.
Parece contradictorio si lo que queremos es dejar de hacerlo.
Pero he dicho lo que he dicho.
Y repito.
Lo primero, es abrir la posibilidad de comer bollos suizos como medio de supervivencia emocional.
Y notarlo sin moralidad.
Notarlo como una posibilidad.
Que fue.
Que es.
Que será.
O que no fue.
Que no es.
Ni será.
No pasa nada.
Los bollos suizos solo son bollos suizos. Si los moralizamos, los demonizamos o los angelizamos. Si te prohíbes la manzana roja del jardín te comes la manzana roja del jardín y serás presa del deseo comiendo bollos suizos. Si das tu poder de salvación a los ángeles de la guarda solo ellos podrán salvarte, no tú, y serás presa del victimismo comiendo bollos suizos. Sin embargo, si solo es una posibilidad. Se dará. O no. Y podrá quedarse ahí sin más. Lo hagas o no. Y podrás naturalizar comer bollos suizos. O no. Decirles sí, no significa tener que decirles sí siempre. Decirles no, no significa decirles no siempre. Y eso, tranquiliza.
Lo segundo,
es abrir la posibilidad a sentir el dolor emocional. Y a desencriptarlo.
El dolor emocional es parte indisoluble de los seres humanos. Tanto, que somos humanos porque sentimos dolor. A la pared no le duelen los coscorrones que tú te das contra ella.
Querer evitar el dolor emocional es luchar contra algo que es simplemente inevitable.
Es como querer evitar que anochezca cada día.
Hay noche.
Hay día.
Y luna en la noche.
Noche pero luna.
Hay dolor.
Hay placer.
Y cierta satisfacción al sostener ese dolor.
Dolor pero cierta satisfacción al sostenerlo.
Otra cosa no, pero el dolor, se hace notar. Nunca pasa desapercibido. Eso es porque es importante.
Así que, podrías acogerlo en tu casa. Le sirves el café portugués que tienes reservado para una ocasión especial. En su taza favorita. En el mantel de raso blanco. Y le dices: Bienvenido, qué puedo hacer por ti. Cómo te hiciste eso. Fue un pensamiento. Qué pensamiento. Cómo es de cierto. Fue que estás enfadada contigo misma. Qué te molesta. Fue que paso algo fuera de tu control y no sabes cómo adaptarte. Fue que niegas algo que es. Fue que pensamientos que tenías antes ya no te funcionan. Fue que no se cumplió una expectativa. Cómo de real era esa expectativa. Qué es concretamente lo que te inquieta y en qué situación concreta. Qué te fatiga y no te deja respirar. Qué te da miedo. Será obvio. O no tan obvio. Lo habláis tranquilamente. Le das unos puntitos en la pedazo de raja que tiene en el dedo corazón. Y luego, lo despides amablemente: Hasta la próxima, fiel amigo, nunca me fallas cuando te necesito. Y a veces se queda como invitado en casa. Y solo puedes hacerle la cama.
Y te olvidas. O convives.
Como no te olvidas, ni convives, es viéndote cada día el dedo desangrarse en la puerta de casa. Si, te habituarías. Podrías ponerte una venda en los ojos para no verte. Pero estaría ahí. Escucharías los gritos de socorro. Siempre. Hasta que un día. Lo invites a tomar café.
Ahora ya sabes que hay otra manera.
Otra manera distinta a la de comer bollos suizos. Que la de comer bollos suizos es totalmente lícita. A veces, inevitable. Pero comer bollos suizos, no es más que vendarte los ojos antes de entrar en casa cada día. Pero quedarán los gritos.
Ahora ya sabes que hay otra manera.
Sentir ese dolor.
Normalizar ese dolor.
Despedir ese dolor.
Desencriptar ese dolor.
Qué quiere.
Qué quieres.
Final:
Si en algún momento los bollos suizos te hicieron sobrevivir, dale las gracias. Gracias. Si no, tanto si los odias a muerte como si los amas a vida, quedarás presa de ellos. Quedarás presa de ti cediendo el poder a ellos. Asume tu dolor y podrás quedar libre de ti y de ellos, incluso con ellos. Tanto con ellos como sin ellos. Y Resiliencia.
Un cálido abrazo,
Eva.
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