Qué es la inteligencia nutricional y por qué ella. En esta extraña primavera. Y siempre.

Se siente la primavera. Aún sea, extraña primavera. Y voy a ofrecerte un tema para que tú, también florezcas: La inteligencia nutricional.
Seguro que has oído hablar sobre la teoría de las inteligencias múltiples. Inteligencia emocional, lingüística, espacial, musical, corporal, existencial, creativa, naturalista, interpersonal, intrapersonal, financiera, colaborativa y lógico-matemática.
Muchas.
Pero a mí me falta la inteligencia nutricional.
Y al igual que todas las demás, puede desarrollarse. Para ello, te hacen falta conocimientos de nutrición y conocimientos sobre ti misma. Esto es porque puedes tener muy claro qué te conviene nutricionalmente pero ser incapaz de llevarlo a cabo si no gestionas bien tus pensamientos o sentimientos. O puedes gestionar muy bien tus pensamientos y sentimientos pero tener la cabeza llena de pájaros en cuanto a temas nutricionales.
Ella porque:
Porque une la razón y la emoción. Y somos ambas.
Significa que une una buena lógica nutricional con una buena gestión emocional.
Porque une cuerpo y mente. Y somos ambas.
Significa que la manera en la que nos alimentamos tiene muchas implicaciones directas e indirectas en nuestro bienestar físico y emocional. Y es una relación bidireccional.
Para mí la inteligencia nutricional es:
Es habituarse a comer dentro de una línea base que nada tiene que ver con dieta o no dieta sino con comer alimentos para los que evolutivamente estás preparada. Que comer manzanas y nueces por defecto es comer de manera coherente a tu naturaleza. Y que comer lo plastificado, no lo es. Aunque ponga un cero y un tanto por ciento.
Sintiendo placer cincuenta continuado mientras tu cuerpo respira a sus anchas. Que deseo que disfrutes mucho comiendo ensalada de espinacas, manzana, nueces y uvas pasas. Y que a tu cuerpo esto le va a sentar de puta madre. Que lo notes. Que notes vitalidad.
Sintiéndote libre a salir y sin perder esa libertad perdiéndote fuera. Salir de ella, de esa línea base, para sentir placer cien fugaz pero sin dejar que se torne a sufrimiento queriendo aferrarte al él, al placer cien inventado y encarnado en creaciones alimentarias difícilmente resistibles, saturando y asfixiando a tu cuerpo. Que te permitas el éxtasis de la explosión de tus papilas dulces, de oler la fresa de adorno y morderla, de tocar con los labios la nata, de oír como cruje el hojaldre caliente, y de grabarlo con la vista en tu memoria. Que te permitas, por supuesto, ese antojo de pastel. Y que notes la resaca. Que notes la llamada de tu adicción. La del azúcar. Y que le digas adiós con el corazón. Que mañana quizás la eches de menos a esa misma hora, pero que te espera en la mesa una ensalada de escarola con avellanas y fresones color violeta que te mueres de placer.
Es comer muchas papayas en Canarias y muchas cerezas en Cáceres. Se llama comer lo de mi tierra, a más no poder. Y no hago referencia a cantidad sino a posibilidad.
Es comer sandia en agosto y naranjas en marzo. Se llama comer la fruta del tiempo.
Es parar y notarte con menos apetito en tu ovulación porque tu química cambia. Que tiene sentido si piensas que en este momento a nivel evolutivo es mejor pensar en sexo que en buscar un árbol lleno de manzanas rojas.
Y es comer ensaladas de espinacas con escarola y avellanas en esa ovulación. Por toda la b9 que te aportan. Por el desarrollo neural si una posible criatura.
Es que tu abuela te diga vente conmigo al corral que hay vitamina. Y que vayas corriendo pensando en la c de naranjas. Pero no, resulta que es la d de sol. Porque un día te escuchó. Ella siempre te escucha. Y tú mueras de amor. Y después comáis lentejas con arroz. Sus lentejas con arroz.
Es tomar limonada en plena siesta de julio. Zumo de limón y agua fría diluidos al cincuenta por ciento. Sin azúcar. Porque el sabor ácido existe. Y las caras de mueca existen. Te refresca. Te despierta de golpe. Porque el sentido hidratante de la limonada desaparece con el azúcar.
Es comprar con la cabeza fría si no quieres comer en tu casa con la cabeza caliente. Porque se calienta.
Es cocina llena de. Y es cocina vacía de.
Es monotonía. Y creatividad. Guisantes. Guisantes. Y más Guisantes. Cuscús con berenjenas y miel. Croquetas de espinacas, piñones y pasas. Y ensalada de brotes verdes con mango y anacardos. No hace falta ser chef.
Es saber que un hábito es tanto más fuerte cuanto menos se cuestiona.
Es pensar. Es cuestionarte esos hábitos que no te aportan.
Es centrarse en los nuevos. Los hábitos nuevos. Para que desplacen los viejos. Que lo nuevo desplace a lo viejo para no centrarse y dar poder a lo viejo. Que si quieres comer mandarinas para merendar prestes atención en llenar tu casa de mandarinas.
Es cambiar la decoración de la cocina para que el nuevo ambiente facilite la adquisición de nuevos hábitos por la desasociación del viejo lugar con los viejos hábitos.
Es sentir hambre. Y saber hambre de qué. Para poder saciarla con lo apropiado.
Es beber agua cuando tengas sed.
Es descansar de noche. Es descansar de comer de noche.
Es comer despacio y comer deprisa.
Es comer consciente e inconsciente. Que el éxtasis provocado por las moras conscientes sería agotador todo el tiempo. Y que los hábitos son inconscientes, que sean los mejores.
Es saber tu motivo. Y recordarlo siempre.
Es saber, hacer y sentir una manera. De alimentarte. Y destaco arte.
La tuya.
Besos,
Eva.
Comments (2)
Esta mujer es una crack. Me encanta cómo trabaja! Enhorabuena por el post. Gusto esquisito !
Muchísimas gracias, Almudena!